Bartimeo: el ciego que vio la oportunidad

Cristian DG
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Introducción

En la época de Jesús, ser ciego implicaba vivir una vida marcada por la marginación y el estigma social. La ceguera no solo era vista como una discapacidad física, sino que a menudo se percibía como un castigo divino por algún pecado propio o de los padres, según las creencias de la época (Juan 9,2). Esto convertía a los ciegos en parias sociales, obligados a mendigar para sobrevivir, ya que tenían pocas oportunidades de empleo o sustento.

Leer: Marcos 10, 46-52

Hoy nos adentraremos en uno de esos relatos bíblicos que no solo nos inspiran, sino que también nos hacen reír un poco y reflexionar mucho: la sanación del ciego Bartimeo. Imaginen esta escena: Bartimeo, un mendigo ciego, sentado al borde del camino a las afueras de Jericó. Al escuchar que Jesús pasaba por allí, empezó a gritar: “¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!” ¡Qué pulmón, Bartimeo!

Ahora, hay que entender que en esos tiempos, ser ciego era sinónimo de ser invisible para la sociedad, una vida llena de dificultades y estigmas. Bartimeo estaba al margen de la ciudad, en un lugar donde los mendigos solían congregarse para recibir limosnas de los viajeros. Pero Bartimeo no se dejó intimidar; con una fe que movía montañas, siguió gritando aunque la multitud le decía que se callara.

Y aquí es donde la historia se pone buena. Jesús, al escuchar sus gritos, se detiene (porque Jesús no deja colgado a nadie) y lo manda a llamar. ¡Imagina la cara de Bartimeo cuando le dijeron que el Maestro lo quería ver! Bartimeo se levanta de un salto, deja su manto (que probablemente era su posesión más valiosa) y corre hacia Jesús. Este gesto de soltar el manto simboliza abandonar su vieja vida y confiar plenamente en la nueva oportunidad que Jesús le ofrece.

Jesús le pregunta: “¿Qué quieres que haga por ti?”, a lo que Bartimeo responde sin titubear: “Maestro, quiero recobrar la vista”. Y con la misma rapidez con la que contestó, recobró la vista y siguió a Jesús por el camino. No solo fue una sanación física, sino una transformación completa. Bartimeo pasó de estar al margen del camino a seguir a Jesús, convirtiéndose en un discípulo.

Este relato nos enseña varias cosas: primero, que no importa cuán al margen nos sintamos, siempre podemos clamar con fe y Jesús nos escuchará. Segundo, que la fe auténtica persiste ante cualquier obstáculo. Y tercero, que Jesús siempre está dispuesto a detenerse por nosotros y transformar nuestras vidas.

Así que, amigos, la próxima vez que se sientan al margen, recuerden a Bartimeo y no duden en gritar con todas sus fuerzas. Nunca se sabe cuándo Jesús podría detenerse a escucharnos y cambiar nuestras vidas para siempre.

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